lunes, 24 de octubre de 2016

¡¡Ahora también estamos en la radio!!

¡Al fin se desvela el secreto! Juan Ramón Ortega Aguilera, del blog Istopia Historia, nos entrevistó hace poco tiempo para su nuevo proyecto: un programa de radio semanal de Historia en la emisora local Radio Iznájar, el cual se emite todos los Martes a las 20:00 y los Miércoles a las 13:00. Tuvimos el enorme honor de formar parte del programa inaugural, donde hablamos, como no podía ser de otra forma, del culto a la diosa Vesta, de su fuego sagrado, y de nuestras amadísimas vestales, incluyendo a nuestras tres favoritas: Pinaria, la primera sacerdotisa en sufrir el castigo del entierro en vida por romper su voto de castidad; Aquilia Severa, quién se vio obligada a traicionar sus votos contrayendo matrimonio con el infame emperador Heliogábalo; y Celia Concordia, la última vestal, resignada a contemplar el cierre definitivo del templo. El programa se emitió los pasados días 11 y 12 de octubre, y por fortuna para aquellos que no pudieron escucharlo, se colgó a continuación en Ivoox para que podáis disfrutarlo cómo y cuándo queráis. Os recomiendo que os descarguéis el programa si no lo vais a escuchar en vuestro ordenador, porque a través del móvil o de otro dispositivo de pequeño formato puede quedarse "colgado" -no siempre pasa, pero ya sabéis, más vale prevenir que curar...-. Por lo demás, disculpad cualquier error a los nervios de la primera vez y tan solo desearos que disfrutéis tanto oyéndolo como yo grabándolo. ¡¡Sin más dilación, aquí lo tenéis!!: Istopia Historia nº1 (11-10-2016)

sábado, 15 de octubre de 2016

Fulvia y Marco Antonio

PRIMERA PARTE: Fulvia, ¿a la sombra de Clodio?
SEGUNDA PARTE: Fulvia y el prometedor Curio

Viuda por segunda vez, aún más rica, todavía más influyente, dueña desde hacia años de gran parte de las bandas callejeras de Roma y madre de al menos dos hijos -Clodia, con su primer marido, y Cayo Escribonio Curio, con el segundo-, Fulvia esperó algo más de tiempo que la vez anterior para casarse de nuevo. La guerra civil que enfrentaba a César y Pompeyo -ver nuestro artículo La Guerra Civil: César o Pompeyo-, y su propia situación personal, obligaban a actuar con suma cautela, y Fulvia se limitó a observar pacientemente desde la seguridad de su hogar en Roma el desarrollo caótico de los acontecimientos. Finalmente, vencedor César en la batalla de Farsalia y nombrado dictador ya en dos ocasiones por los restos de un Senado algo amedrentado, junto con el asesinato de Pompeyo Magno en Egipto -lo que dejó al partido senatorial descabezado y desmembrado, con únicamente dos focos de resistencia en Hispania y África-, todo parecía indicar que la balanza de la Fortuna se inclinaba a favor claramente del partido cesariano, y Fulvia no tardó mucho tiempo en casarse, en el año 47 a.C., con la figura más prominente dentro del mismo, sólo por detrás de César: Marco Antonio.

Perteneciente a una familia de origen plebeyo, Marco Antonio había nacido en Roma hacía el año 83 a.C. Su padre, Marco Antonio Crético, fue un político cuanto menos mediocre en el que todos los autores destacan su avaricia e incompetencia. Nombrado pretor en el 74 a.C. -la máxima magistratura que alcanzaría-, recibió la orden de limpiar el mar Mediterráneo de la amenaza de la piratería, como paso previo a apoyar sin riesgos las operaciones militares contra Mitrídates VI del Ponto; Crético no sólo fracasó, sino que además saqueó las provincias que se suponía debía proteger y en su ataque a los cretenses, aliados de los piratas, sufrió una gran derrota que le llevó a perder la mayoría de sus naves (Diodoro Sículo, 40, 1). Sólo él se salvó del desastre tas firmar un tratado por completo desfavorable para los intereses de Roma, lo que le valió el sobrenombre sarcástico de Creticus, o "vencedor de Creta". Su abuelo, en cambio, también del mismo nombre, fue uno de los oradores más destacados de su tiempo, ocupó el consulado y la censura, y recibió en 102 a.C., un triunfo naval. Fulvia y su tercer marido, por tanto, compartían un padre fracasado con una carrera política nula, cuando no vergonzosa, que les había valido un apodo ridículo y denigrante -ver articulo anterior Fulvia, ¿a la sombra de Clodio?-, hecho tan solo contrarrestado por la fama y gloria de su abuelo y antepasados. Sin embargo, no era lo único que ambos tenían en común: también en el caso de Marco Antonio, los errores e ineptitudes del padre eran compensados por la influencia, riqueza y conexiones familiares de la madre, y como Sempronia Graca para Fulvia, Julia Antonia fue el verdadero cauce del que partió la carrera política de su hijo. Prima carnal de Julio César, lo que convertía a Antonio en sobrino segundo del dictador, contrajo matrimonio a la muerte de su primer marido con Publio Cornelio Léntulo Sura, más tarde acusado de estar involucrado en la conspiración de Catilina -ver nuestro artículo La conjuración de Catilina- y ejecutado por ello por orden de Cicerón, lo que originó la enemistad permanente entre Antonio y el orador -otro punto en común con su nueva esposa, quién ya le guardaba odio por sus ataques contra su padre y su primer marido-.

Huérfano de padre hacia los once o doce años y privado de toda figura paterna con la ejecución de su padrastro a los veinte años, no es de extrañar quizás que Marco Antonio, cuyo carácter, ya de por sí, se asemejaba más al de su padre que al de su madre o su célebre abuelo, pasara su adolescencia y sus primeros años de edad adulta vagando por Roma en compañía de sus dos hermanos, Cayo y Lucio, y varios amigos, en una especie de vida rebelde en que se hizo frecuente su presencia en tabernas, casas de apuestas y prostíbulos. Plutarco, de hecho, en su Vida de Antonio, menciona el rumor de que ya antes de cumplir los veinte años de edad, Antonio ya estaba arruinado, debiendo aproximadamente 250 talentos (unos 6 millones de sestercios), que serían asumidos por su amigo Escribonio Curio, quien más tarde, curiosamente, se convertiría en segundo marido de Fulvia. A través de Curio, Marco Antonio entró además en contacto hacia el 59 a.C. con el círculo político de su primer marido, Publio Clodio Pulcro, y sus bandas callejeras, mostrando un rápido interés por ella. La pasión que su esposa despertaba en su nuevo amigo no pasó desapercibida para Clodio, y el asunto acabaría varios enfrentamientos entre ambos. Por fortuna, Antonio puso tierra de por medio, aunque no por que ya no se sintiera atraído por Fulvia, sino porque sus muchos acreedores le empujaron a huir a Grecia en 58 a.C. Allí, aprendería retórica en Atenas y pareció reconducir su vida, siendo convocado por Aulo Gabinio, procónsul de Siria, para participar en la campaña contra Aristóbulo de Judea y más tarde, en 55 a.C, también en la campaña de Egipto, ya como prefecto ecuestre, donde destacaría en la toma de Pelusio.

De regreso a Roma, la influencia de Curio y Clodio -quién sorprendentemente a pesar de la pasión que Antonio parecía sentir por su esposa nunca le negó su amistad- acercaron a Marco Antonio al círculo de su tío abuelo Julio César, quién, en 54 a.C., le concedió un mando militar en la Guerra de las Galias, donde destacó durante el doble asedio de Alesia. Su personalidad, sin embargo, no había cambiado y los conflictos a su alrededor eran más que frecuentes; el propio César reconocía que su conducta le irritaba enormemente, pero reconocía su genio militar. De ahí que le ayudará a obtener los cargos de cuestor (52 a.C.), augur (50 a.C.) -cargo que ocuparía hasta su muerte-, y tribuno de la plebe (49 a.C.). A cambio, Antonio permaneció leal a César cuando se desencadenó la guerra civil -ver nuestro artículo El primer triunvirato-, llegando a cruzar el río Rubicón a la derecha de su tío abuelo, y, en recompensa a su lealtad, fue nombrado por el nuevo dictador como su magister equitum y administrador de Roma e Italia en su ausencia, mientras combatía a los últimos focos de resistencia pompeyana. Un año más tarde, en 47 a.C. Marco Antonio conseguía por fin a la mujer que llevaba nada menos que doce años persiguiendo, y Fulvia encontraba un nuevo marido. Juntos, tendrían dos hijos: Marco Antonio Antilo (nacido el mismo año de su matrimonio) y Julo Antonio (nacido dos años más tarde)

Sin embargo, las habilidades como administrador de Antonio fueron bastante pobres en comparación con sus claras actitudes como militar. El uso tiránico que Antonio hizo de su nuevo cargo, así como sus excesos y extravagancias y los escándalos en los que se vio envuelto con su amante Cytheris, no tardaron en provocar numerosos disturbios, hasta el punto de que la ciudad se sumió en la anarquía más total y el Senado se vio obligado a declarar un nuevo estado de excepción, que Antonio convirtió en un auténtico régimen de terror, mientras que los veteranos del ejército de César, acantonados en Campania para la próxima campaña de África, se revelaban contra el magister equitum. El propio César se vería obligado a regresar a Italia para poder tranquilizar la situación, privando a Antonio de todas sus responsabilidades políticas, lo que generó un distanciamiento entre ambos que duraría dos años, si bien no fue constante. No podemos por menos que preguntarnos si Fulvia, que debió sentirse una especie de ama de Roma al casarse con Antonio, no se sintió decepcionada al darse cuenta de sus nulas habilidades en política y la situación desfavorable, para Roma y para ellos, que sus ahora obvias escasas aptitudes habían provocado. Si fue así, no lo demostró en ningún momento, si no que, en esta ocasión, y en otras aun peores que vendrían más tarde, siempre permaneció fiel a Antonio y a sus intereses, incluso cuando él acabó por olvidarla y traicionarla. Sin duda, la pasión que Fulvia sintió por su tercer marido fue más constante e intensa que la que él experimentó nunca por ella, si bien en un primer momento el afecto de Antonio por su nueva esposa fue claro y sincero, hasta el punto de renombrar la ciudad griega de Eunemia o Eunemeia como Fulvia en su honor, o acuñar moneda con su rostro para pagar a sus tropas -convirtiéndola en la primera mujer no mitológica en aparecer en las monedas romanas-.

A este respecto, Cicerón (Filípicas, II, 77) y Plutarco (Vida de Antonio, X, 5) recogen una anécdota sin duda reveladora. Marco Antonio había partido hacia Hispania con la intención de reunirse con César, por entonces ocupado en la campaña de Munda. Sin embargo, no termina el viaje y vuelve precipitadamente sin haber ni siquiera pasado más allá de Narbona. Sobre la manera en que entra en Roma, Cicerón refiere:

            “Llegando sobre la décima hora a las Rocas Rojas entra en posada y, ocultándose de las miradas, no deja de beber hasta bien entrada la noche. Después, tras ser llevado, de forma repentinamente, a Roma en un carro, llega a su casa con la cabeza cubierta. El portero le dice: “Y tú.. ¿quién eres?”; Antonio: “Un correo de Marco Antonio”. Tras esto, es introducido con enorme celeridad dentro de su morada a la que él ha ido a ver-es decir, su esposa Fulvia- y le da una carta. Ella la lee anegada en lágrimas, pues su tono es enternecedor; en concreto esta carta la decía que, desde el mismo instante, Antonio cortaba sus relaciones con la comediante -su amante Cytheris- y le retiraba su afecto, en beneficio de su mujer. Cuanto ésta comenzó a llorar aún más fuerte, este hombre tan sensible no pudo contenerse. Descubrió su rostro y se lanzó para besar el cuello de su esposa”

Para Cicerón, tanto un hecho -el abandono del deber para con la comunidad por un único individuo, aunque éste fuera su esposa-, como otro -el sentimiento amoroso por la cónyuge- son censurables y criticables, como clara prueba de debilidad moral y de carácter; de ahí que el famoso incluya esa anécdota en sus Filípicas, una dura y agresiva invectiva contra Antonio, y use contra él cierta mordaz ironía (“tono enternecedor”, “este hombre tan sensible”), que, sin duda, buscaba provocar risa y burla. Esto no evita, no obstante, que se pueda apreciar el amor romántico que Antonio y Fulvia sentían él uno por el otro al inicio de su matrimonio.


Imágenes: Retrato de Marco Antonio, "Promise of Spring de Alma-Tadema", y moneda acuñada en Eumea con el rostro de Fulvia