martes, 10 de julio de 2012

Pinaria

La diminuta llama de la lucerna chisporroteó un momento, como una mano amiga alzada al viento, poco antes de extinguirse. Después, oscuridad y silencio, el suave y embriagador olor de la tierra húmeda. Con sumo cuidado, Pinaria buscó sus labios resecos y engulló con lentitud el último trozo de pan duro y mohoso. Su último alimento. Con anterioridad a ella, toda vestal acusada de romper su sagrado voto de castidad había sufrido el tormento de ser azotada en público hasta morir. Sin embargo, en su caso, el rey Tarquinio Prisco había diseñado un castigo a su juicio más justo y más cruel: ser enterrada con vida.
Los hombres que la habían bajado a aquel agujero, que habían sellado la trampilla y acumulado sobre ella palada tras palada de tierra, habían esperado sin duda que llorara, suplicara, rezara, se arrepintiera o exhalara algún lamento. No había hecho nada de todo aquello y soportó con una amplia sonrisa de compasión infinita sus miradas incrédulas: porque ellos no comprendían. Tarquinio se había equivocado en su intensa búsqueda del peor de los suplicios, pues la soledad perpetua y el encierro en vida no eran nuevos para ella, salvo en que anteriormente había tenido el cielo como techo y el sol como guía. De hecho, su propio entierro era más dulce y llevadero que su propia vida: ya no tendría que soportar más amaneceres de pura rutina y servicio constante a unos ideales en los que no creía.
Solo un único instante de su existencia podía afirmar que efectivamente había estado viva; cuando aquel hombre la abrazada con fuerza y susurraba a su oído palabras de amor que ninguno de los dos creía. Ya ni recordaba su nombre, y, por mucho que se esforzara, apenas era capaz de evocar su rostro: Tarquinio se lo había desfigurado con cada azote. También entonces habían esperado que llorara, que suplicara, que rezara, que se arrepintiera o se lamentara. Tampoco entonces lo había hecho; no hubiera servido de nada, excepto para hacer feliz al monstruo extranjero que los gobernaba.
¿Por qué pensaba en aquello? Era ya hora de realizar la última ofrenda. Con dificultad por la estrechez de su sepultura, Pinaria se arrastró hasta el humilde jergón de paja que le habían arrojado como lecho. Sintiendo las afiladísimas primeras punzadas del hambre a lo largo y ancho del consumido vientre, se tendió en una espera no demasiado larga. La muerte llegó pronto, como el amante ansioso del próximo encuentro, incapaz ya de esperar al momento acordado. Pinaria la recibió con los brazos abiertos y sonrió ante las caricias que dibujaba en cada uno de sus miembros arrancando el calor de ellos, se estremeció ante los besos que grabó en su nuca y en su cuello robando su aliento y correspondió al apasionado último abrazo que selló la unión entre ambas. Recibió como dote de bodas un nuevo hogar y una nueva forma y Pinaria las aceptó gustosa. Pues por una vez, y aunque fuera la muerte, alguien la había amado.

4 comentarios:

  1. Precioso y emotivo.
    Con tu permiso lo iré publicando todo en Arrona Romana. Tu blog merece ser dado a conocer.
    Un saludo muy cordial.

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  2. Completamente de acuerdo con Francesc!
    En todo!
    Sigue escribiendo please!!!
    :-)

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  3. Conmovedor, sobre todo pensando que la muerte es percibida por Pinaria como una amiga y no como un castigo. Felicidades anticipadas por este año de blog. ¡Y que continúes muchos más! Saludos cordiales.

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  4. ¡Felicidades! Tienes la emoción a flor de piel y transmites muchas cosas en este texto. Respecto a tu blog, deseo repasarlo con más calma pues he encontrado cosas interesantes en él. Sigue tu obra y déjanos ser testigos de tu triunfo :)

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