jueves, 15 de octubre de 2015

Marco Antonio en Oriente

Depuesto Lépido y disuelto el Segundo Triunvirato -ver artículo anterior Segundo Triunvirato (III Parte): La Guerra contra Sexto Pompeyose encontró Octaviano al frente de 45 legiones, la fuerza militar más grande de la República romana. Sin embargo, apenas tuvo tiempo de celebrar nada: sus soldados no tardaron en pedir recompensas iguales a las que se entregaron a los veteranos después de la batalla de Filipos -ver artículo anterior Segundo Triunvirato (I Parte): La Batalla de Filipos-: Octaviano les ofreció honores, que rehusaron de inmediato para declararse en rebelión, obligando al heredero de César a dar a cada individuo 2.000 sestercios. Sofocado así el tumulto, hizo Octaviano salir de las filas a los esclavos tránsfugas del ejército de Pompeyo, esparcidos entre las legiones, y los restituyó a sus antiguos amos: eran 3.000. Los que no quisieron declarar el nombre de sus amos, fueron mandados a las poblaciones de la que habían huido, siendo ejecutados en ellas: fueron más de 6.000 los que padecieron este destino. Arregladas las cosas en Sicilia tras la victoria sobre Sexto Pompeyo, y enviado Statilio Tauro a tomar posesión de las provincias de África arrebatadas a Lépido, Octaviano regresó a Roma. El Senado lo recibió en las puertas de la ciudad; antes de pasarlas quiso el vencedor hacer oír su palabra imperial a los senadores y el pueblo, sin duda para acostumbrar a ambos a recibir sus mandatos. No escatimó promesas y regalos: prometió al pueblo la paz y la clemencia para el futuro, y consolidó el presente condonando el resto de los tributos impuestos para los gastos de las últimas guerras. No aceptó sin embargo nada más que los más modestos de los honores que el Senado le decretaba, ni permitió que al pie de la estatua que se le había erigido en el Foro se pusiera otra inscripción que no fuera: "A César, restaurador de la paz por tierra y por mar". Asimismo, sabiendo que la seguridad pública es elemento necesario a la estabilidad de un nuevo orden de cosas, procuró el exterminio de las bandas de criminales que infestaban Italia, creando para la protección de las propiedades las cohortes vigiles; lo que le dio en breve gran popularidad, a la cual contribuyó él también anunciando que, al volver Antonio de la guerra contra los partos, ambos depondrían el triunvirato. Halagado el pueblo con esta promesa, saludó a Octaviano como su protector, le confirió la inviolabilidad tribunicia y le regaló un edificio público.

Mientras Octaviano ganaba así las simpatías populares, Marco Antonio, por sus derrotas militares y aún más por su escandalosa vida privada, se acarreaba el público desprecio y ofrecía a su antiguo aliado y cuñado la forma propicia de conseguir su ruina. Tras la firma del Tratado de Tarento, Antonio volvió a Oriente para acabar de forma definitiva con los partos -ver artículo anterior Segundo Triunvirato (III Parte): La Guerra contra Sexto Pompeyo-, en una campaña que hasta ese momento sus legados habían llevado a cabo con bastante éxito: C.Sosio arrojó a los partos de Siria y se apoderó de Jerusalén; Craso venció a los albanos y a los iberos, sus aliados; pero los mayores triunfos fueron los obtenidos por P.Ventidio, que en el año 39 a.C. derrotó, en la falda del monte Tauro, a un ejército parto, cuyo jefe, Labrino, caído en manos del gobernador de Chipre, fue ejecutado por éste. Asia quedó libre con esta victoria, que determinó también la posesión de Cilicia y del camino de Siria. Al año siguiente Ventidio derrotó por segunda vez a los partos y mató a su nuevo jefe, Pacoro, hijo del rey Orodes; después de esta segunda derrota, los partos cruzaron de regreso el Éufrates, dejando libre toda el Asia Menor. En Atenas, entregado por completo al ocio más desenfrenado, Antonio supo de los grandes triunfos de su legado, y los celebró con juegos públicos en los que apareció vestido de Hércules. Los atenienses secundaron la vanidad del triunviro celebrando su matrimonio místico con la mismísima diosa Minerva; pero pronto tuvieron que lamentar su actitud servil, ya que Antonio pidió que a su consorte divina la acompañase una dote de 1.000 talentos. Después marchó a Asia a compartir con los suyos los beneficios de la victoria: mandó a Ventidio a Roma para que celebrase su triunfo sobre los partos y él tomó la dirección del asedio de Samosata en Armenia.

Sin embargo, frente a las victorias de Ventidio, Antonio no logró más que derrotas: Antíoco le había ofrecido 1.000 talentos para que le dejase libre aquella ciudad, y al cabo Antonio hubo de contentarse con tomar sólo 300 talentos para alejarse de ella; volvió a Atenas dejando a Sosio la dirección de Siria, perdiendo así su mejor oportunidad de conquistar Partia, la cual, tras la marcha de Ventidio, quedó por algún tiempo en la anarquía: Fraate, otro hijo del rey Orodes, había asesinado a su padre y sus hermanos para poder sentarse en el trono. Esta inusitada maldad suscitó contra el parricida tumultos y rebeliones en muchas partes del reino. Pidieron, por fin, el auxilio de Antonio contra el tirano, y Artavasde, rey armenio y tributario de los partos, fue a su campo para solicitar su alianza; pero Antonio no se entusiasmó demasiado con las invitaciones, y prefirió permanecer gran parte del año en la ciudad de Laodicea con la reina egipcia Cleopatra en medio de constantes festines. Esto permitió al nuevo rey parto Fraate restablecer el orden en su Estado y Artavasde, viendo que nada lograba de Antonio, se alió con su enemigo en secreto. De modo que, cuando Antonio salió al fin de su inanición se encontró con un enemigo formidable, mucho más que aquel al que enfrentara Ventidio. A la inferioridad de las fuerzas se añadió la traición: Artavasde consiguió llevarlo a Media donde Fraate le había preparado una trampa. Mientras Antonio se dirigía a Fraata, capital de Media, los partos derrotaron a su legado Opio Stratiano, que le seguía a cierta distancia con el bagaje y las máquinas de asedio. Emprendió Antonio entonces la retirada, y acosado constantemente por el enemigo, pisó al fin, después de veintisiete días de desastrosa marcha, la orilla del Arase. La expedición le había costado, además del bagaje y las máquinas de asedio, 20.000 infantes y 4.000 caballos. Pero estas perdidas ni le preocuparon ni le acobardaron: envió a Roma mensajeros con falsas noticias de victoria y distribuyó entre las tropas supervivientes, para contentarlas, dinero que afirmaba enviaba Cleopatra. Después, regresó a Egipto con su amante, donde permanecería, casi ininterrumpidamente, hasta el 32 a.C.

En uno de esos intervalos, Antonio emprendió una expedición a Armenia para vengarse de la traición de Artavasde. Su esposa Octavia, aún abandonada en Roma desde hacia mucho tiempo, se esforzó con todo por lograr de su hermano un auxilio de 2.000 soldados escogidos para aquella expedición, y quiso llevárselos ella misma. Sin embargo, al llegar a Atenas recibió la orden de Antonio de detenerse allí y de mandarle las tropas, con lo que Octavia volvió a Roma junto a su hermano sin volver a ver jamás a su marido. La guerra armenia acabó con la derrota, la captura y ejecución de Artavasde. Su hijo Artaxias, colocado en el trono por los contrarios al dominio romano, fue también vencido. Antonio destinaría el reino armenio a uno de sus hijos habido con la reina Cleopatra. No obstante, no dispuso sólo de los países por él conquistados, como si fueses de su propiedad personal: en las llamadas Donaciones de Alejandria, del año 32 a.C. entregó a Cleopatra y a su primogénito Ptolomeo Cesarión -que reconoció oficialmente como hijo de Julio César-, Egipto, Celesiria, Cilicia con Chipre y Creta, y la Cirenaica; a los dos hijos varones que tuvo con Cleopatra, Ptolomeo Filadelfo y Alejandro Helios, señaló los dominios asiáticos, dando al primero el reino de Siria y el Asia Menor y al segundo Armenia y los países de más allá del Éufrates. Fuera del reparto, sólo quedaba la hija habida con la reina, Cleopatra Selene. Cesarión, Filadelfo y Alejandro deberían llevar el título regio y reconocer la alta soberanía de su madre, puesta así al frente de un gran imperio oriental, cuya metrópoli, Alejandría, debría eclipsar a Roma y sucederla en el dominio del mundo.

*Fotografía 1: Áureo acuñado en Éfeso hacia el año 41 a.C. por el cuestor provincial de Marco Antonio, Marcus Barbatius Pollio, que muestra en el anverso el retrato de Marco Antonio y en el reverso el rostro de César Octaviano.
*Fotografía 2: Moneda de Fraate IV, rey de Partia, al que Marco Antonio hizo frente con tan poca fortuna
*Fotografía 3: Moneda de Artavasde II, rey de Armenia, quién traicionó a M.Antonio.
*Fotografía 4: Moneda con el retrato de Marco Antonio en el anverso y el de Cleopatra en el reverso donde celebran la conquista de Armenia y las donaciones de Alejandría.

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4 comentarios:

  1. Que gran imperio habrían fundado él y Cleopatra, los amantes inmitables, los sucesores de Osiris e Isis y Alejandro Magno en la tierra. Que bellísimo.

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    1. Un Imperio muy distinto, la fusión de Oriente y Occidente, un nuevo mundo... Sinceramente, me habría gustado verlo...

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  2. Pero no sería "nuestro" Imperio. Y que sería de nuestra vida sin Nerón, Caligula y sin unos buenos "cristianos" que llevarse a la boca :)

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    1. Seguro que ese hipotético imperio romano-oriental habría dado personajes tan "divertidos" como Calígula o Nerón...

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