martes, 30 de junio de 2015

Livio Druso, Sulpicio Rufo y la cuestión de los aliados itálicos

Desde la época de los Graco, el problema de los aliados, aunque adormecido, podía llegar a ser una amenaza. En la década de los 90 a.C., la mayoría de los aliados itálicos era consciente de que obtener la ciudadanía romana era el único modo de alcanzar la igualdad con los romanos dentro de su sistema político. Las clases dirigentes aliadas itálicas, además, veían en la ciudadanía romana un paso previo para lograr cierto control sobre la política exterior romana, objetivo que les interesaba lograr debido a que muchos de sus miembros eran hombres de negocios, que conseguían grandes beneficios con la explotación de las provincias de Roma. Así mismo, dichos dirigentes aliados itálicos mantenían relaciones de amicitia o clientela con las familias romanas más poderosas e influyentes. Esperaban, por todo ello, poder introducirse en la vida política, y no sólo obtener el control sobre las provincias sino, además, ejercer el poder. Las restantes clases sociales itálicas, por su parte, veían en el logro de la ciudadanía romana una serie de ventajas tanto en el ejército- soldada, reparto de tierras, botín… -, como en el civil-liberación del tributo y mayores posibilidades de aumentar su nivel de vida-.
Por el contrario, los puntos de vista romanos sobre el problema itálico no habían cambiado: la plebe urbana y rústica seguía sin estar dispuesta a compartir sus privilegios, que creía exclusivos; el orden ecuestre temía la competencia de los hombres de negocios itálicos; y el orden senatorial no deseaba poner en peligro su control sobre las asambleas con el incremento del número de las mismas.
En este estado de cosas, Livio Druso -abuelo adoptivo de la futura emperatriz Livia-, perteneciente a la factio optimate, logró el tribunado de la plebe en el año 91 a.C. Livio que, al parecer, mantenía estrechas relaciones con ciertos dirigentes itálicos, posibles clientes suyos, debía conocer bien cuáles eran los problemas y aspiraciones de los aliados. Consciente de que, tarde o temprano, la única solución sería otorgar el derecho de ciudadanía a los itálicos, quiso arrebatar a los populares, adelantándose al ofrecimiento, los beneficios políticos que se lograrían si por fin esta propuesta era aprobada, para utilizarlos a favor de sí mismo y del Senado. Pero cuando su proyecto de ley fue conocido, incluso los optimates más moderados decidieron abandonarle, y todas sus leyes fueron invalidadas. Poco después, Livio Druso era asesinado por un desconocido en la puerta de su casa1.
La muerte de Druso hizo comprender a los dirigentes itálicos lo inútil que era el diálogo; y estalló la guerra. El núcleo de la insurrección se encontraba en las regiones montañosas de la Italia central y meridional, en torno a marsos y a samnitas; los rebeldes eligieron como cuartel general la ciudad de Confinium, que cambió su nombre por el de Italia, y se dieron una serie de instituciones claramente copiadas de la organización estatal romana. La violencia de la sublevación queda bien reflejada en las monedas acuñadas por los rebeldes, donde se ve al toro samnita corneando a la loba romana.
Por su parte, oscos, umbros, los etruscos, latinos y las colonias del sur de la península continuaron siendo fieles a Roma, cuyos recursos, además, eran superiores a los de los sublevados. Sin embargo, se sucedieron las victorias de los rebeldes, a consecuencia de las cuales otras regiones amenazaron o se unieron a la insurrección, como umbros y etruscos, o el sur de Italia, respectivamente.
A Roma no le quedaba otra salida que aceptar las demandas de los aliados: en el 90, el cónsul Lucio Julio César ofreció la ciudadanía a todos los latinos y aquellas comunidades itálicas que todavía no se hubiesen alzado en armas; al año siguiente se acordó la ciudadanía romana para todos los itálicos con domicilio estable en Italia que lo solicitasen ante el pretor urbano de su ciudad antes de sesenta días; y, por último, una ley de Pompeyo Estrabón, cónsul en el año 89, otorgaba el paso previo a la ciudadanía, el derecho latino, a las comunidades de la Galia cisalpina. Con todas estas concesiones, la insurrección se desmoronó inmediatamente, aunque aún quedaron varios focos de resistencia, que serían sometidos más tarde por Sila y por Pompeyo Estrabón.
Cabe destacar que, en varios aspectos, la llamada “guerra social” (de socii aliados) había presentado las características de un enfrentamiento civil, de italianos contra italianos, que, durante muchísimo tiempo, habían convivido y luchado bajo las mismas enseñas. Era, por tanto, una innovación que ya nadie se asustaría de repetir; de hecho, de la guerra social, Roma pasaría rápidamente a la guerra civil.
En cuanto a las concesiones ya mencionadas, que en la práctica significaban la conversión de todos los itálicos en ciudadanos, no eran tan generosas como a primera vista nos pueden parecer. Sin un sistema de representación adecuado para la nueva situación, dado que para ejercer el derecho a voto se debía seguir acudiendo a Roma, los municipios italianos no tuvieron ninguna posibilidad real de participar en las decisiones del Estado romano, que, como antes del conflicto, quedaron limitadas a los ciudadanos que vivían en Roma, la plebe urbana, o en sus alrededores, la rústica. La diferencia entre tener derechos ciudadanos y poder ejercerlos agudizaría la crisis de la República, debido a que “la mayor parte del cuerpo ciudadano se desinteresó de los problemas del Estado para atender sólo al beneficio económico y social derivado de su nueva condición jurídica”2.
La aplicación práctica de las leyes de ciudadanía resucitó la lucha de factiones en un momento muy delicado, tanto por las malas consecuencias económicas y sociales de la rebelión itálica como por la política exterior, donde Mitrídates VI, el rey del Ponto, pretendía extenderse por el Asia Menor. Las elecciones al 88 no estuvieron libres de violencia, como las del 99, lo que demuestra lo grave de la situación. Finalmente fueron elegidos como cónsules los optimates Pompeyo Rufo y Lucio Cornelio Sila, a quién le tocó en suerte la provincia de Asia y la dirección de la guerra contra Mitrídates.
También fue elegido como tribuno de la plebe el optimate Publio Sulpicio Rufo. Sulpicio había sido partidario de Livio Druso, y, al igual que éste, intentó resolver definitivamente los problemas de los aliados desde una posición conservadora. Pero, ante las dificultades de lograr su propósito, Sulpicio tuvo que establecer alianzas con los grupos ajenos al Senado, lo que le arrojó sin remedio a las filas de los populares. Estos grupos estaban vinculados a Mario, que deseaba la dirección de la guerra en Asia como forma de recuperar la popularidad y el poder perdidos: eran el orden ecuestre, grupos de comerciantes itálicos con grandes intereses en la provincia de Asia, y los veteranos del general. Por ello, para poder sacar adelante su proyecto de ley, por el que distribuía a los nuevos ciudadanos en las tribus ya existentes3, Sulpicio Rufo tuvo que incluir otro más, por el que se transfería al general Mario la dirección de la guerra contra Mitrídates en detrimento de Sila.
Dado que ambas propuestas no contaban con el apoyo de los dos cónsules ni de la mayor parte de la oligarquía, Sulpicio recurrió, como hicieran Saturnino y Glaucia en su época, a las bandas callejeras que se apoderaron de las calles de Roma. Tras una violenta revuelta, en la que uno de los hijos del cónsul Pompeyo Rufo perdió la vida, las leyes fueron aprobadas. Como respuesta, Sila abandonó de inmediato la ciudad de Roma para ponerse al frente de su ejército.

1 Cf. Apiano, Guerra Civil, volumen 1, 34-36.
2 Kovaliov, Historia de Roma, página 513.
3 Lo que les permitía participar en los comitia tributa, desde donde podrían ejercer el voto.

*Fotografía 1: Reconstrucción digital del entorno de la Curia Julia, sede del Senado, y la Basílica Emilia. La Curia Julia sería reconstruida sobre la Curia Silana y la anterior Curia Hostilia, ambas destruidas en sendos incendios, por lo que no existía en la época de la Guerra Social.
*Fotografía 2: Moneda acuñada por los aliados itálicos durante la Guerra Social
*Fotografía 3: Maqueta de Pompeya en corcho, conservada en el Museo Arqueológico de Nápoles. Pompeya, ciudad osca aliada, apostó por la causa rebelde durante la Guerra Social, por lo que fue asediada y conquistada por las fuerzas de Lucio Cornelio Sila. La conquista supuso la conversión de Pompeya desde ciudad libre a colonia romana

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